El Papa Francisco llegó al hangar presidencial al ritmo del mariachi // Imagen: Héctor Tapia

El Papa Francisco llegó al hangar presidencial al ritmo del mariachi // Imagen: Héctor Tapia

La espera por el aterrizaje del vuelo 4000 de Alitalia terminó a las 19:30 horas del viernes 12 de febrero, sin embargo, la celebración por la llegada del Papa Francisco a México comenzó mucho antes. Bailes tradicionales, música de mariachi y un sinfín de porras amenizaron el rato en que miles de personas que se encontraban en el hangar presidencial del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México giraban constantemente su cabeza al cielo con la esperanza de ser de los primeros en ver una ala, la cola, o cualquier parte de ese gigante metálico que se asomara entre las nubes y sirviera como confirmación de un hecho sumamente anhelado en estos últimos dos meses: el Papa está en México.

Los medios de comunicación fuimos citados al mediodía en un importante campo ecuestre ubicado a las espaldas del Auditorio Nacional. Nuestros compañeros de prensa escrita, radio y televisión llegaron uno a uno, con cámaras, tripiés y grabadoras de distintas marcas y tamaños bajo sus brazos. Cuando la fila que habíamos formado alcanzó la mitad de la acera, un convoy de aproximadamente veinte camiones pintados de blanco cruzó las puertas del lugar. Si bien eso no acortó el tiempo de espera hacia el hangar presidencial, ciertamente nos acercó más al arribo del Sumo Pontífice. Mi reloj indicaba que faltaban aún seis horas para ese momento, pero no se comparaban a los meses  de expectación desde que la oficina de prensa de la Santa Sede anunció la visita apostólica del primer Papa latinoamericano a nuestro país.

Tras un par de horas esperando el abordaje de los vehículos que nos trasladarían a nuestro destino, las sirenas de las motocicletas de la Secretaría de Seguridad Pública que nos resguardarían hasta éste nos indicaron que era el momento de partir. Como si se tratara del propio papamóvil, el tránsito de calles y avenidas se inmovilizó para dar paso al convoy e incluso me sentí por unos instantes en los zapatos del Santo Padre, al recibir cientos de miradas y saludos de las personas en las banquetas que miraban boquiabiertas la implacable formación de los camiones.

Al pasar el riguroso filtro de seguridad para ingresar a las gradas donde miles de personas esperaríamos con ansia la llegada de ese avión de Alitalia proveniente de Cuba, me topé con una ventaja más de no ser fumador. Los botes de basura estaban al tope de su capacidad gracias a que no se permitía el acceso con cajetillas de cigarros o encendedores; mi botella de agua no representó problema alguno. El tamaño de las gradas no fue de acorde a mis expectativas: las superó. Entre una gran cantidad de “con permiso” y empujones logré instalarme en la zona reservada para medios gráficos. Mi tripie era, sin temor a equivocarme, el más diminuto de los cientos más que abarrotaban el espacio designado para cámaras. No obstante, mis ganas de fotografiar cada detalle de ese evento tan especial no eran menores a las de mis compañeros.

El día era perfecto. El sol era lo único que adornaba un cielo que decidió desaparecer las nubes, como si supiese que el día era distinto a los demás. Y sí, el calor también quiso asistir a la llegada del Papa. La alfombra roja lucía inmejorable y al inicio de ésta permanecía inmóvil la escalera por la que descendería el Santo Padre. Pero tres horas nos separaban de ese momento.

Conforme la gente llegaba se ocupaban los asientos de un graderío que estaba listo para explotar en júbilo. Prueba de lo anterior era el sinnúmero de cantos que provenían del sector izquierdo, entre los que alcancé a distinguir “Queremos que el Papa nos dé su bendición” y “Francisco, hermano, ya eres mexicano”. La aparición de la primera ola, emulando un partido de fútbol, tomó un par de minutos más, así como un par de intentos hasta que se logró coordinarla correctamente.

Se llevaron a cabo danzas tradicionales con el vestuario típico de las distintas regiones del país // Imagen: Héctor Tapia

Se llevaron a cabo danzas tradicionales con el vestuario típico de las distintas regiones del país // Imagen: Héctor Tapia

¿Qué es una fiesta típica mexicana sin el tradicional mariachi? Al parecer tendremos que esperar a otra ocasión para saberlo, ya que tanto el Mariachi de la Secretaria de Marina como el mundialmente reconocido Mariachi Vargas se encargaron de amenizar la tarde, interpretando canciones que se han convertido en símbolos de identidad nacional, desde “El viajero” hasta “Cielito lindo”. Asimismo, el escenario se llenó de vida con la danza del ballet de Amalia Hernández. Fue, sin duda alguna, una celebración cien por ciento mexicana.

A escasos quince minutos de la hora estimada de aterrizaje, escuché al compañero que se encontraba a mi izquierda decir que el avión ya estaba en la Ciudad de México. Las más de seis horas de pie, el calor intenso y mi estómago vacío se fueron al olvido con esa noticia y mis ojos intentaron abrirse más de lo que es humanamente posible para encontrar a ese gigante de acero en el cielo del Valle de México antes de que alguien más lo hiciera. El sol se había ocultado y todo estaba listo. Fue entonces cuando un gritó ensordecedor me hizo girar la cabeza y lo vi: el avión que había esperado por horas enteras rompió con la tranquilidad de la pista y por alguna extraña razón aún no podía creer que lo tuviera tan cerca, ya que si bien nos separaban doscientos o trescientos metros, lo sentí tan cercano como la hoja de un libro cuando la leo.

El Presidente de México, el Lic. Enrique Peña Nieto, esperaba al Sumo Pontífice al pie de la escalera acompañado de su señora esposa. Al igual que el resto de mis compañeros, mi vista no se separaba del visor de mi cámara; lugar en donde me topé por primera vez con el rostro de Jorge Bergoglio. Mi dedo índice no dejaba de temblar y tomar fotografías. Despacio y con una leve sonrisa, el Papa argentino bajó uno a uno los escalones que lo llevaron a pisar el suelo mexicano. Una vez concluido el saludo con el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, el Sumo Pontífice recibió un cofre con tierra de los treinta y dos estados del país de manos de cuatro niños indígenas con quienes platicó por unos minutos, concentrando su atención en ellos como si no existiera el ruido de las más de cinco mil personas que lo vitoreaban. Posteriormente, el Papa conversó con el Presidente Peña Nieto mientras reconocidos artistas interpretaban una canción compuesta especialmente para la ocasión. Fue en este momento cuando el viento le jugó una mala pasada y le hizo perder el solideo por unos segundos.

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Miles de mexicanos alumbraron el camino del Papa en su llegada a nuestro país // Imagen: Héctor Tapia

Menos de veinte minutos tardó el Santo Padre en romper el protocolo y salir de la alfombra roja para convivir con la gente que no paraba de gritar su nombre. Estos gritos llegaron a su cumbre cuando el Papa usó un sombrero de charro. Casi media hora había transcurrido del momento en que se abrió la puerta del vuelo 4000 de Alitalia, cuando el Papa subió al papamóvil que lo llevaría a la nunciatura apostólica, donde dormirá cinco noches durante su estancia en nuestro país. Durante el recorrido los fieles mexicanos le expresaron su cariño, gesto que rescató el Padre Federico Lombardi, jefe de la sala de prensa en la Santa Sede, en su primera rueda de prensa con motivo de la visita del Sumo Pontífice.

Al subir al camión que nos llevaría al Centro Internacional de Prensa el cansancio me cobró factura y me arrumbe en mi asiento con los pies adoloridos, la cara aún ruborizada por el sol y hambre voraz; pero con una sonrisa enorme en el rostro por lo que había vivido minutos atrás. En definitiva, una experiencia única e irrepetible. ¿Lo mejor? Eso solo fue el inicio.

Héctor Tapia Martínez