«Vamos a comer y en esta casa no se habla de fútbol, religión, ni mucho menos política en la mesa.”

Todos hemos escuchado esta frase en alguna reunión familiar. Esta regla de convivencia por excelencia se desempolva cada seis años, cuando menos. Ya depende de cada familia si se repite con mayor frecuencia o se reserva para las elecciones generales. Pero, aunque te digan lo contrario, no sólo se puede hablar de política en la mesa; se debe

El porqué de esta regla, en términos de convivencia, es entendible. Es difícil pelearse sin tener de qué discutir. ¿El problema? Nos gusta discutir. Y eso no es algo malo; es natural. Según Aristóteles, el ser humano es social por naturaleza. Estés de acuerdo (o no) con el resto de su filosofía política, este hecho es innegable.

La comunicación es elemental para la vida en sociedad. Contradecir, argumentar, discutir; todo vale. Aunque estos verbos suelen entenderse en una connotación negativa, en realidad no son más que distintas maneras de referirse al intercambio de ideas y opiniones. 

política en la mesa
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Ahora bien, si platicando sobre quién debería de ganar la presidencia, tus tíos acaban en los insultos o acusándose de supuestas infidelidades; eso no es una discusión. (Claro, no es como que les importe a estas alturas del conflicto.)

Es cierto que temas polémicos pueden ser la incubadora perfecta para escenas incómodas como la anterior. Sin embargo, eso no significa que ignorarlos sea lo correcto. Al contrario, es irresponsable. 

Nunca es agradable caer en cuenta que estás en desacuerdo con alguien, ya sea por convicciones personales o no. Pero, la incomodidad momentánea de ser confrontado con un punto de vista distinto, es un sacrificio necesario en nuestro sistema político. 

Negarse rotundamente a ni siquiera abordar un tema político, por temor a que escale, es lo más antidemocrático que se puede hacer. Cerrar espacios para el diálogo crea comunidades políticamente polarizadas. Estos grupos promueven “la espiral del silencio”, amainando la diversidad de opiniones. Y, una sociedad sin pluralidad de ideas no puede ser una sociedad democrática. 

Nuestra democracia no sólo se practica votando en la casilla, o marchando en Reforma; es parte íntegra de nuestra sociedad, debemos procurarla como tal.  Y eso incluye, hacer preguntas de política en la cena familiar.

Debate, sin pelear.

Hoy, estamos en plena temporada electoral. Eso significa que, si algo está en boca de todos, es la política. Y no, no necesariamente tiene que acabar en espadazos con tus tíos. Aquí tienes algunos tips para que tu comida familiar no acabe desatando una revolución en la sala:

  1. Cabeza templada, siempre 

No por nada Aristóteles y Platón elevaban esta virtud hasta los primeros lugares de su política. Una discusión sensata (y efectiva), siempre se guía por la razón. La razón no puede salir a flote si dejamos que nuestras pasiones y nuestros sentimientos se hagan dueños de nosotros mismos. 

En una discusión, es natural que haya confrontación. Y es aún más natural que esta altere nuestros ánimos. Si permitimos que la exaltación permé en todo momento; gritaremos, ofenderemos y muy posiblemente nos terminaremos saliendo del tema que estamos tratando. 

Además, ¿quién proyecta mayor autoridad y certeza? ¿Alguien que se altera a la menor provocación o alguien calmado que notablemente refleja seguridad y control de sí mismo al discutir? 

Los sabios de la retórica saben que el mensaje depende directamente de quien lo emita; por tanto, si el emisor se descalifica a sí mismo con su actitud, no habrá argumento, por muy lógico que sea, que lo logre salvar de su descontrol.

(Es importante remarcar que los efectos de determinadas sustancias pueden afectar la estabilidad anímica de las personas. Por ello es recomendable asegurarse de que las partes involucradas en la discusión estén en un estado plenamente consciente para procurar la prudencia.)

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  1. Discute sin creerte sabelotodo, o solo de lo que sabes.

¿Tu intención es perder una discusión? ¡Perfecto! Entonces debate sobre aquellos temas que no conoces con alguien que sí. Quizás suena un poco agresivo, pero es cierto. No somos omniscientes; hay temas que evidentemente no manejamos, y lo único que conseguiremos si nos adentramos en ellos, será decir incoherencias. 

Y recuerda: no hay peor ignorante que aquel que cree saberlo todo.

  1. No siempre tienes que tener la razón

Si te vas a enfrascar en una discusión política, contar con datos duros que sustenten tus argumentos te dará mayor credibilidad. Pero, en el caso de que no cuentes con la información suficiente, especialmente cuando la contraparte sí tiene datos concretos, vale la pena escucharlos. Tal vez su conocimiento no sea suficiente para hacerte cambiar de opinión, pero no por ello debe ser pasado por alto. 

Por desgracia, no todo el mundo puede aceptar su equivocación; o al menos, no contar con suficientes argumentos para contrarrestar al otro. Sin embargo, desmeritar información ajena con tal de mantener tu postura, no hará más que limitar tu perspectiva – además de hacerte pasar un ridículo. Todo el mundo tiene derecho a una opinión, y a expresarla si lo desean; sin embargo, la humildad es una virtud mayor que la necedad.

  1. La política no es personal.

Respeto ante todo. Siempre y cuando ambas partes mantengan sus argumentos relevantes al tema en cuestión; incluso si se acaloran un poco los ánimos, es imperativo que no olvides dónde y con quién estás discutiendo. Una conversación puede acabar con lazos enteros; en muchas ocasiones, no vale la pena arruinar una relación por un desacuerdo. 

Eso sí, es posible que incluso siguiendo estos consejos a la perfección, la otra persona quiera tornar un debate en la siguiente guerra civil. Cuando no hay intenciones de tener una intercambio de ideas sano, por lo general es mejor dejar el tema por la paz. O no, eso ya es decisión de cada quien.