Todo comenzó el 15 de diciembre, un día como cualquier otro, en el que me disponía a revisar la bandeja de entrada de mi correo institucional. De pronto, el asunto de un correo llamó mi atención de inmediato: “Hagamos lío”. Cuando lo abrí supe que se trataba de un comunicado que enviaba mi universidad para convocar a jóvenes como voluntarios de la visita del papa a México.

Tomé un par de minutos para llenar una solicitud con mis datos personales, ya que desconocía la diócesis a la que pertenezco. Al encontrar el dato, envié mi registro de inscripción y recibí la confirmación en la que venían el lugar y la fecha en que sería mi primera de tres capacitaciones.

Todavía recuerdo que fue en el último día de vacaciones antes de cursar mi último semestre de la carrera que me di cita en el auditorio de mi universidad para tener mi primera capacitación. Ésta estuvo centrada en tres ejes principales: conocer quién es el papa Francisco, saber por qué viene a México y encontrar la esencia de ser voluntario.

Asimismo, en dicha capacitación se presentaron los días y lugares en los que nos tocaría participar como voluntarios. Me emocioné mucho cuando vi que tendría la oportunidad de viajar a Morelia debido a que no tenía clases durante esos días y lo primero que hice fue inscribirme a dicho evento.

En la segunda capacitación se presentaron algunos lineamientos más de logística. Se organizaron las cuadrillas, conformadas por 40 personas, y se hizo una preparación espiritual que consistió en la adoración al Santísimo. Sin duda, la parte más emotiva de esta capacitación fue recibir al Santísimo con cantos en latín que preparamos previamente y estar unidos por un solo objetivo: servir al Papa en el mantenimiento del orden durante su visita a México.

A sólo una semana de la llegada del Papa Francisco a México se llevó a cabo la última capacitación en la que se indicaron las rutas por día. A dicha cita llegué muy temprano, por lo que me pidieron apoyo en la entrega de kits de voluntario que incluían gorra, rosario, un pequeño libro de oraciones y un gafete de voluntario, el cual no podía faltar cuando formáramos las vallas.

Conforme avanzaban los días, comencé a incrementar mis oraciones ante la venida del papa Francisco a México. Por fin llegó el día, 12 de febrero de 2016. Me di cita a las seis de la tarde para recibir a Su Santidad sobre Río Churubusco en la gran valla humana que iba del Aeropuerto hasta la Nunciatura Apostólica.

Arturo Manjarrez

Arturo Manjarrez

La primera vez que lo vi me trasmitió mucha paz. El santo padre es toda una eminencia. Al menos en lo personal, sentí que me transportaba a otro lugar, no sentí que estuviera en México. A pesar de que lo vi por unos instantes, la emoción perduró a lo largo del día.

En su primer día de actividades en México, el día sábado 13 de febrero, me di cita en Eje 8 Popocatépetl a las siete de la mañana para ver pasar al papa en mínimo cuatro ocasiones: ida y regreso de la Nunciatura al Zócalo; así como también de la Nunciatura a la Basílica de Guadalupe y viceversa.

Durante este segundo día de su santidad en México tuve la oportunidad de escuchar el mensaje que dio a los jóvenes sobre los problemas de los amigos y recibir la bendición antes de que fuera a descansar. Fue este el momento en el que desbordé gran alegría por estar tan cerca del santo padre y me llené de emoción al regresar a casa y contarle mi experiencia a mis papás.

Al día siguiente, domingo 14 de febrero, me tocó verlo tres veces más: en su ida a Ecatepec, su traslado de Ecatepec al Hospital Infantil Federico Gómez y su llegada a la Nunciatura Apostólica, en la cual ya no pudo salir a dar un mensaje debido a que se encontraba muy cansado por las actividades del fin de semana.

En mi trayecto del Hospital a la Nunciatura, lo más curioso de este segundo día de actividades fue encontrarme con unas monjitas en la estación del metro y me pidieran una foto porque había salido en la tele el día anterior.

El lunes salí a las nueve de la mañana de la Ciudad de México en dirección a Morelia con un grupo de 19 voluntarios para asistir al día siguiente al Encuentro de Jóvenes con el papa en el Estadio Morelos.

Durante el camino aproveché para conocer a las personas con quienes iba en el viaje y una vez que convivimos rezamos el rosario a las doce del día, algo que no estaba muy acostumbrado a hacer.

A la llegada a la capital michoacana a las tres de la tarde fue impresionante encontrarme con una multitud de personas que circulaba en el centro, parecía que fueran vacaciones de Semana Santa o de diciembre. A cualquier parte que voltearas, el lugar estaba abarrotado por jóvenes que no dejaban de echar porras al papa y expresaban su emoción de verlo.

Por la noche, el perímetro de la catedral ya se encontraba cerrado con vallas, por lo que asistimos a misa en el ex Convento de San Agustín. Después fuimos a recorrer la zona centro de Morelia en busca de boletos para entrar al Estadio Morelos, ya que teníamos boletos para presenciar el evento desde el estacionamiento, pero lamentablemente se encontraban agotados. Aun así nunca perdimos el ánimo por el buen ambiente que había en la zona.

El martes 16 de febrero iniciamos muy temprano nuestra actividad como voluntarios. Llegamos a las ocho de la mañana al Estadio Morelos, ya que teníamos fe en conseguir boletos para estar más de cerca del papa. Después de una larga hazaña, logramos conseguir entrar a la cancha. Logramos el pase directo gracias a que veníamos con atuendo de voluntario.

Durante las más de seis horas que estuvimos sobre la cancha en la que el santo padre pronunciaría su mensaje a los jóvenes, se hicieron dos ensayos. Finalmente las largas horas de espera valieron la pena a la llegada de su santidad, el instante en el cual estuve a un par de metros del santo padre.

Sin duda la mejor experiencia que viví como voluntario fue estar en el encuentro que tuvo el papa con los jóvenes. Ahí el santo padre recordó el mensaje que dio a los jóvenes cubanos: “nunca dejen de soñar”. También me encantó el tema de que nosotros los jóvenes somos la riqueza de nuestro México, además de resaltar un par de aspectos más: la esperanza y dignidad del ser humano.

Otro momento significativo fue el lanzamiento de globos mientras que el santo padre entonaba la canción “Él vive” junto con los jóvenes asistentes. Me gustó mucho que en el espectáculo hayan resaltado la música regional, el mariachi, el traje típico y la mariposa monarca, especie característica del estado de Michoacán, así como el desfile de banderas y cruces de las 93 diócesis que existen en el territorio mexicano, un acto sumamente emblemático.

Lo mejor del día anterior al final de nuestro viaje, fue que el helicóptero en el que iba abordo el papa, que lo llevaría al aeropuerto de Morelia para su regreso a la Ciudad de México, sobrevolara por el Estadio Morelos como gesto de querer quedarse. Los gritos y alegría se hicieron notar de forma entusiasta.

A una semana de la llegada de su santidad a nuestro México, me siento la persona más afortunada del mundo. Nunca imaginé que tendría la oportunidad de ver al papa más de diez veces y estar en varias ocasiones a metros de él. Durante los seis días que el papa recorrió tierras mexicanas me permitió conocer a gente realmente increíble, sencilla, generosa y humana. Los mensajes del papa me han dado aliento y dejado grandiosas enseñanzas. Con esta visita el papa Francisco logró ganarse mi corazón y ahora se encuentre en mis oraciones.

Arturo Manjarrez López