En diciembre del 2017, exactamente a las 10:00 horas, la vida de Isabella Pfeffer y su familia se vería amenazada por tres hombres con armas de fuego quienes irrumpieron en su hogar.

“De manera violenta nos amarraron y encerraron dentro de un baño, por cinco horas estuvieron rondando por toda mi casa, agarrando todos nuestros bienes personales. La verdad, considero que pudo haber sido mucho peor, ya que físicamente no nos hicieron daño”, expresó Isabella Pfeffer.

“En Venezuela unos escuchan muchos cuentos”, añadió. «Pero nunca se espera que le vaya a pasar a uno de manera personal”.

¿Por qué habían elegido violentar el hogar de esta familia? Su delito había sido relacionarse con un opositor. Aquellos cuentos de terror que parecían solo rumores, comenzaron a hacerse realidad cotidiana para la población venezolana.

A los problemas de seguridad se suman la hambruna, hiperinflación y desempleo. Estas son algunas de las variantes que enfrentan los sudamericanos como resultado de la implementación del régimen chavista en 1999, el cual, se radicalizó con el ascenso de Nicolás Maduro al poder en 2013, año en que se origina la crisis venezolana que conocemos hoy en día.

“En Venezuela, me sentí agredida en absolutamente todos los aspectos. Sí, sentí la carencia de medicamento y de alimentos a la hora de buscar comida para mi familia; sí, me sentí altamente afectada por el conflicto social que existe en cuanto al resentimiento de clases sociales que Hugo Chávez se encargó de desatar desde su primer día de mandato”, compartió Marianela Núñez, migrante venezolana.

Debido a la hiperinflación del 43 mil por ciento, productos básicos se elevan a precios imposibles de costear para el venezolano promedio. Es tanta la demanda y tan poca la oferta de alimentos, que de acuerdo con el periódico El País: “La subalimentación afecta a más del 11% de la población venezolana, un incremento de casi un millón de personas respecto a una década antes”. Desafortunadamente, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la inflación de Venezuela se dispararía un millón por ciento a finales de este año.

La migración venezolana no es un fenómeno nuevo. Desde el inicio del gobierno del ex-presidente Chávez, se habían visto los antecedentes de lo que hoy en día conocemos como la “crisis migratoria” en Venezuela. Sin embargo, la situación se agudizó a partir del año 2016 y 2017.

“Motivos, siempre sobraron, años deseándolo mucho, pero así como querer salir de Venezuela, nunca”, expresó Marianela Nuñez. “Quería que se fueran los malos que estaban acabando con el país y nosotros quedarnos; pero, no nos quedó de otra más que salir, ya que la vida en el país se estaba volviendo insoportable desde todo punto de vista: económico, social, político, la inseguridad y, sobre todo, pensando en la educación de mi hija menor, pues los docentes han migrado y hay muy pocos atendiendo los colegios”.

Debido a estas razones y más, las cifras de migrantes venezolanos se dispararon un 132% más en relación con los años previos a 2016 y 2017. El resultado es un total aproximado de 3 millones de refugiados y migrantes que están fuera de su país, según cifras del Organismo de las Naciones Unidas para la Migración (OIM).

Jesús Pantoja vive en México, pero no se olvida de sus raíces con su restaurante de comida típica venezolana | Crédito: Alejandra Lozano

Los venezolanos son los ciudadanos que más solicitudes de refugio hacen a México, solo después de Honduras. La diferencia es que mientras Honduras está a mil 948 kilómetros de la frontera con México, Venezuela se encuentra a 4 mil 290 de distancia. Según la Secretaría de Gobernación, en 2017 de los 57 mil 946 extranjeros que obtuvieron tarjetas de residentes temporales en México, 5 mil 906 pertenecen a este país sudamericano. Dichas cifras fueron confirmadas por la licenciada Nayeli Hernández, directora general del Área de Transparencia de la Ciudad de México.

Este flujo plasma lo que los venezolanos ven en México, un oasis que saciaría su sed de vivir dignamente y les daría las oportunidades que se les ha negado en su país de origen, según relataron distintos exiliados del país.

“Los mexicanos han sido bien amigables y abiertos a querer ayudar. En especial, al momento en el que quise buscar trabajo. Afortunadamente, lo conseguí de manera rápida, considero que lo importante es encontrar la oportunidad de que te ofrezcan la carta de trabajo para poder pedir la visa”,  señaló Isabella Pfeffer, docente de preescolar.

Al preguntarle acerca de la duración del trámite, contestó: “Tardó más o menos un mes en que saliera la carta para poder pedir la cita de la visa y de ahí un mes más en terminar todo el trámite”.

Una vez que llegan a México, este grupo se enfrenta con el trato desigual y los estigmas que se presentan al arribar a un lugar del que no formas parte; pero una vez que se establecen, generalmente resulta fácil adaptarse a la cultura mexicana, ya que, no es muy diferente a la suya, según describen.

“En cuanto al tema cultural, sentimos que está muy bien, porque al ser Latinoamérica, siempre se van a parecer de alguna manera”, comparte Marianela Núñez. “México es un país muy costumbrista y ha sido un placer encontrarme con estas, aprenderlas y compartirlas”.

Existen organismos gubernamentales y privados para ayudar a los sudamericanos a regularizar su situación migratoria como son la Comisión Mexicana de Apoyo a los Refugiados (COMAR), Apoyo Humanitario Venezolano Mexicano (VENEMEX), Sin Fronteras, entre otras. Estas asociaciones brindan principalmente apoyo psicológico y orientación laboral.

Sin embargo, lo complicado no es obtener ayuda para poder regularizar su estatus migratorio, sino las condiciones del gobierno mexicano para conseguirlo. Y el gasto económico que los trámites implican.

“En cuanto a mi trámite migratorio, hace un tiempo pude sacar la Forma Migratoria Temporal, que me costó 5 mil 600 pesos. Ahora, vamos a iniciar el trámite para la residencia permanente, la cual cuesta 6 mil pesos aproximadamente”, nos comparte Marianela Núñez.

La manera más económica es hacerlo a través de la COMAR, porque es gratis; pero si se toma esta vía, no está permitido trabajar o viajar a tu país hasta regularizar su estatus.

De acuerdo con Jorge Ríos, abogado de la organización Sin Fronteras,  en México, además de aceptar refugiados políticos, también se reconoce una violación masiva de derechos humanos en Venezuela, por los temas relacionados a las crisis de medicamentos y  alimentos.

Para miles de venezolanos asentarse en México significa renunciar a toda una vida para empezar desde cero, lejos de su familia y sus amigos; incluso de su experiencia laboral, aunque las oportunidades que reciben después de la calidad de vida que tenían dentro de su país hacen que todo valga la pena.

“Me duele mucho no haber terminado mi vida allí, tener que dejarlo todo y volver a comenzar. Pero, no me arrepiento del paso que di, pues me siento muy bien en México, he hecho buenas amistades y acá estoy”, finaliza Jesús Pantoja.

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Redacción