Fuente: es.wikipedia.org

A unos días de finalizar el mes patrio quiero compartir con ustedes una reflexión sobre eso que llamamos cotidianamente “lo mexicano” al referirnos a los rasgos regularmente asociados con la identidad de nuestro país.

El tema siempre me ha despertado interés: ¿Quiénes somos?  ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Las tres preguntas anteriores y otras más han sido motivo de inquietud, no sólo para los mexicanos, sino para muchos otros pueblos. Samuel Huntington dedicó su último libro al tema de la identidad nacional estadounidense, y así, un gran número de obras alrededor del mundo han versado sobre lo identitario.

El asunto es que después de revisar una y otra vez la materia desde el punto de vista académico y de investigación, a través de fuentes documentales y apoyándome en la observación participativa, he llegado a unas conclusiones poco ortodoxas, pero que dejo a su consideración: la verdadera esencia de la identidad nacional mexicana es la tauromaquia y la forma, el toreo con capote.

¿Por qué me atrevo a afirmar esto? Porque es evidente que ante la mayoría de las situaciones, en vez de “entrarle al toro por los cuernos”, como se dice coloquialmente a entrarle a los problemas de frente y resolverlos (en cuyo caso seríamos forcados), nos gusta torear los asuntos, darles uno que otro pase, dejarlos pasar, marearlos. Seguirán ahí, nos pueden coger, pero mientras, no pasa nada y hasta nos divierte.

Lo vemos en muchos ejemplos. Ahí está el caso del futbol. A pesar de ser el deporte federado, el más practicado en estadios, parques y calles, estamos en crisis, probablemente a un partido de no ir al mundial en Brasil y con las consecuencias de depresión social y una pérdida económica que algunos se han aventurado en calcular en mil millones de dólares, y en vez de intentar soluciones de fondo (recuerden que no es la primera vez que estamos así) para llevar este deporte a un nivel, ya no digamos de las potencias europeas, pero sí de ligas tan productivas en talento como varias de las sudamericanas, mejor le damos un capotazo al asunto, llaman al “Rey Midas”, y que nos saque el problema adelante: “El Voce” que es muy bueno, que toree ese toro.

Otro ejemplo es el de los vendedores ambulantes. De nada sirve que los gobernantes aseguren que van a acabar con el comercio irregular, pues ni pagan impuestos, ni venden cosas legales, ni permiten caminar libremente por las calles, en los andenes del metro, y en cualquier parte susceptible de poner un puesto, puestito o puestote, no valen policías ni vigilantes, no valen multas ni que les quiten sus mercancías. ¿Qué hace el ambulante? Torea. Torea a todos, se ayudan entre ellos para avisar que se acercan las autoridades y como los mejores triunfadores de la tarde más gloriosa, dan un capotazo y el que embestía se queda con las ganas.

¿Qué tal si alguien se estaciona mal? Hasta ahora los odiados grueros habían sido casi implacables; pero ya salió una señora que pudo torear ese toro acostándose frente a la grúa y salió airosa, espero que no se convierta en costumbre, que también sería una nueva forma de plantón, en individual, pero igual puede generar incomodidad a terceros.

Es terrible lo que ha pasado los últimos días con las lluvias en nuestro país, pero peor aún que autoridades de todos los niveles y población en general toreen también esta situación. No hay soluciones de fondo, bien estudiadas y definitivas. Mejor torearlas, reubicar (acaso en otro lugar igual de peligroso), parchar la Autopista del Sol, en vez de llevar a juicio a los incompetentes que hicieron y permitieron tal barbaridad y se enriquecieron con ella, como se afirma en una nota del Reforma, que se hizo la autopista “porque Salinas la quería”, sin los estudios previos.

Podemos seguir viendo ejemplos de tauromaquia nacional: las reformas educativa, energética, hacendaria; los «viene viene», la certificación de cuerpos policiacos, el respeto a los derechos humanos, la igualdad de oportunidades, la competitividad industrial, el combate a los monopolios, etcétera, y encima hay grupos que se hacen llamar ecologistas con la pretensión de acabar con la fiesta brava. Cuidado, pues quieren acabar con lo más básico de la mexicanidad.

Por Fernando Huerta Vilchis

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Fernando Huerta Vilchis es Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y Maestro en Comunicación Social por la Universidad Panamericana. Actualmente es candidato a Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro de la World Association for Public Opinion Research (WAPOR), de la Association for Education in Journalism and Mass Communication (AEJMC) y del Grupo Análisis Latinoamericano de Ciencia Política (ALACIP). Profesor en la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana Campus México. Puedes contactarlo en: fhuerta@up.edu.mx