Ha llegado la temporada en que la tierra reposa y las memorias de nuestros ancestros surgen entre conversaciones familiares. Además de recordar tradiciones como colocar una ofrenda, enflorar a nuestros difuntos o dibujar un camino con cempasúchil, las leyendas mexicanas también son una forma de recordar a los que se fueron.

Los antiguos mexicanos nos heredaron gran parte de la riqueza cultural e identidad narrativa que sigue vigente. Desde tiempos prehispánicos, existe testimonio de la existencia de criaturas como el nahual, que ha servido como inspiración para el mundo cinematográfico.

MediosUP presenta el relato “Una Mula Sin Dueño”, basado en narraciones familiares y testimonios compartidos a lo largo de las generaciones entre los pobladores de San Mateo Tecoloapan, Estado de México, así como en distintas investigaciones del tema.

¡No te pierdas esta serie que publicaremos por motivo del Día de Muertos! Si te perdiste la primera parte, conócela en Parte 1: El nahual


Parte 2: El ritual

 

Parte de la familia de Don Refugio ya había trabajado en la hacienda del pueblo y ahora él se había forjado una excelente reputación como capataz por su carácter decidido, firme, justo y valiente. No se impresionaba por los rumores que corrían por ahí, pero Jacinto, su hombre de confianza, aseguraba que Epifanio podría ayudarles a solucionar el problema del robo de animales y semillas.

—Verdá buena que hay algo por ay rondando —se apresuró a decirles Epifanio.

—¡Ave María Purísima! —Jacinto se persignaba y quitaba el sombrero.

—Si sus mercedes me dan licencia, yo les puedo ayudar. Faltaba más, faltaba menos —aseguró Epifanio, quien calmaba a los caballos.

El responsable de los robos, dijo, era un nahual… Epifanio estaba convencido de eso. Antiguamente, los nahuales eran más poderosos: solían ser habilidosos curanderos, velaban por el bien de sus pueblos, se convertían en fieras del monte como águilas, jaguares, lobos y más; otros podían transformarse en granizo, rayos, o tormentas; aunque también algunos nahuales lanzaban maldiciones a la gente que provocaban enfermedades o malas cosechas.

 

Ilustraciones: Daniela Rodríguez, NES, Mone.

Ilustraciones: Daniela Rodríguez, NES, Mone.

 

Aquel era un don que debía ser cultivado, pero con el paso del tiempo, sin guía ni dirección, los dones sucumbían ante las necesidades o la codicia. Muchos de los nahuales se adaptaron en sus comunidades y laboraron en oficios, pero, a veces, no podían ocultar su naturaleza y, por carencia, robaban animales para subsistir, por lo cual eran condenados y terminaban huyendo a lugares remotos. Estos seres recorrían grandes distancias, lejos de sus propias comunidades, intentando guardar su secreto lo mejor posible.

Refugio no se andaba con rodeos, así que sorbió su café y les dijo: —No nos hagamos majes, ustedes piensan que lo que anda por ahí es un nahual.

—Esos son brujos, no puede ser bueno tenerlos de enemigos —le insistió temeroso Jacinto.

Epifanio, conocedor del tema explicó: —Nadie puede dañarlos en su forma animal. Se escabullen por todos lados y luego uno ni cuenta se da cuando hay alguno cerca, a menos que vean señales. Figúrense que yo vi hace rato cómo revoloteaba una mazorca de maíz y ni aire hacía.

 

Ilustraciones: Daniela Rodríguez, NES, Mone.

 

—Además, los jornaleros dicen que luego se encuentran una mula por las noches, pero nunca ven al dueño —Jacinto temblaba y se aferraba a su jarrito de café.

—Pus, a esas criaturas se les puede atrapar sin necesidad de corretearlas —Epifanio se levantó y recargó en la puerta de entrada—. Creo que conozco una forma de aplacarlo, pero no sé si funcione con este tipo de nahual. Na’ más necesito que se estén al pendiente de la mula cuando llegue.

—Y a la mejor, de paso se me va un plomazo —bromeó Don Refugio—. A mí no me falta puntería.

—Uy no, eso no le sirve de nada si el arma no está curada; en cambio se nos puede pelar el condenado —aseguró el foráneo—, además… ¿pa’ qué quiere acabar con él? Es mejor tenerlos de aliados.

Epifanio explicó a Refugio y Jacinto que aunque existen diferentes procedimientos para detener nahuales, hay algunos objetos que son indispensables: un puñal, puntas de maguey y un par de mecates curados con agua bendita. Después de salir del jacal y reunir los materiales, Epifanio guardó aquellos objetos en su inseparable morral y les mencionó:

—En mi pueblo, uno crece aprendiendo del tema y se sabe que todos los nahuales tienen palabra. A lo mejor, podemos ganar algo.

—¿Seguro que puedes detenerlo? –preguntó el capataz algo nervioso.

—Pus nunca lo he intentado, pero podemos ver si sirve lo que he visto.

—Yo sabía que nos ayudarías —aseguró sonriente Jacinto y se colocó de nuevo el sombrero—, pero sería mejor si te dejamos hacer tus cosas cuando no estemos nosotros… Mejor luego te vemos… —Jacinto se apresuró a caminar hacia un caballo.

—¡A que’l patroncito! —rio Epifanio— No se raje, yo sé cómo se hace esto.

—Pos es que esto no me gusta nada —dijo Jacinto a Refugio—, mejor vámonos.

—Ya me figuraba que eras un rajón, se ve que tienes más miedo que siete críos juntos —le retó Refugio con su conocida voz grave—. Pues si tanto miedo tienes, ándate con cuidado, nomás no te vayas a topar a solas con una de esas mulas en el camino.

Jacinto suspiró inconforme, se bajó del caballo y decidió quedarse.

•••

Bajo la profunda oscuridad de esa noche silenciosa, se escuchaban unos cascos desacompasados que avanzaban por la vereda. No era un caballo; se trataba de una mula sin dueño que cargaba costales en su lomo. Algunos jornaleros y habitantes del pueblo habían sido testigos de seres como este que cargaban guajolotes, gallinas, puerquitos y semillas sin guía alguna hasta el amanecer. Ante la mula, todo animal se inquietaba y evitaba acercarse.

A la noche siguiente, alumbrados solo por la luz de la luna, los tres hombres fingieron no vigilar, de modo que la mula apareciera confiada por el camino donde habitualmente se le veía. Epifanio intentaría detenerla y, para ello, debía estar protegido al igual que sus compañeros, por lo cual les repartió unos amuletos con piedras verdes que, según él, alejaría al mal.  Jacinto aun así optó por aferrarse a su fe y encomendarse a la voluntad del Señor. Así pasaron unas cuantas noches tras los magueyes, escondidos entre las milpas, vigilando, hasta que se toparon con el nahual y escucharon cómo se acercaba a los chiqueros de la Hacienda.

—Si el tal Epifanio no se raja, esto se va a poner suave —Refugio se ajustó el cinturón y se colocó el amuleto verde.

Aquella mula se acercó lentamente en busca de un puerquito. Una vez dentro del chiquero, la mula abrió su hocico haciéndolo cada vez más grande como si fuera a rompérselo; su lengua tomó al puerquito y lo llevó hasta el interior de su garganta. Salió del chiquero y se dirigió al camino de regreso.

 

Ilustraciones: Daniela Rodríguez, NES, Mone.

 

La mula no era en absoluto normal; su andar era inestable, como si le resultara imposible mantener su forma animal. Era escalofriante cómo aquel animal lanzaba pujidos, casi deshaciéndose, con la panza en forma del puerco aun moviendo las patas.

—¡Ya le caímos en la maroma! —se emocionó Don Refugio y peinó su bigote.

Era momento de llevar a cabo la treta. Jacinto y Refugio habían preparado el camino, como Epifanio lo pidió: sobre una curva del sendero formaron dos líneas cruzadas con los mecates y los aseguraron a la tierra por el centro con un puñal curado, en cuya empuñadura dibujaron una cruz de aceite. A cada lado del camino, incrustaron las puntas de maguey para que la mula no pudiera escapar.

 

Ilustraciones: Daniela Rodríguez, NES, Mone.

 

Cuando el animal ladrón tomó la curva del camino, sus pasos se tornaron dudosos y su ritmo de avance se volvió lento… era como si por instinto se resistiera a seguir avanzando, pero no podía detenerse, algo lo atraía hacia adelante. Al mismo tiempo en que se encontró con los mecates, Epifanio saltó de repente de entre los magueyes para hundir más el puñal en la tierra. La mula rebuznó con tal fuerza que pareció un grito humano. El nahual se detuvo en seco… congelado… sin poderse mover.

—¡Ahí lo tienen, patroncitos! —gritó Epifanio con júbilo y se levantó del suelo— No se preocupen, con el truco este, el nahual no va a poder hacernos nada… solo que nosotros tampoco lo vamos a poder dañar.

—¡Lo sabía! ¡Yo sabía que tú eras el bueno pa’ esto! —Jacinto levantó el puño en señal de celebración.

El ritual había funcionado: el nahual, en su forma de mula y por la fuerza de los elementos, había quedado inmóvil. Entonces, a Refugio, Jacinto y Epifanio solo les quedaba esperar hasta el amanecer para que aquella criatura retomara su forma humana.

Continuará…