Probablemente, has visto por lo menos un meme sobre las escuelas católicas, o has oído hablar a alguien sobre su experiencia en ellas. Yo he escuchado que hablan sobre las faldas extra largas, que cubren hasta los tobillos. También he visto varios TikToks en los que aseguran que los que se graduaron de uno de estos colegios terminan siendo todo menos católicos. En mi experiencia de vida, ninguna de estas afirmaciones es cierta.
Contrario a lo que se busca ridiculizar, mi experiencia en escuelas católicas me ha enseñado varias lecciones que considero sumamente valiosas. Tales aprendizajes los sigo llevando conmigo, aplicándolos a mi vida universitaria, tanto desde lo espiritual como lo académico. ¡Espero que te sean de utilidad!
Kínder: tener bases sólidas
Es difícil recordar exactamente qué aprendiste en kínder, sin embargo, esta primera etapa es lo que sienta las bases para el resto de nuestras vidas. Mirando hacia atrás, puedo decir que estos cimientos no se trataban únicamente de un aspecto social, muy relevante para los niños de preescolar, sino también espirituales.
En mi kínder, buscaban hacer la vivencia de nuestra fe lo más didáctica posible. Por ejemplo, en el Día de Todos los Santos, nos invitaban a disfrazarnos de santos y, de preferencia, saber un poco sobre ellos. Otro caso eran las pastorelas, en las cuales éramos los intérpretes de pequeños roles sobre historias que nos hablaban de la importancia de la Navidad.
Estas simples experiencias de una vida espiritual me permitieron comenzar a ver la fe no como una aburrida imposición, sino algo que podía disfrutar. A partir de ello, me fue posible tener una base sólida en la cual crecer espiritualmente. Sin embargo, considero que esto no aplica únicamente en términos religiosos, pues es vital para cualquier persona tener un apoyo firme para sus propios valores.
Ya sea en la vida académica, laboral, familiar, social, el ser humano debe tener una certeza en la cual apoyarse, brindándole rumbo a sus decisiones. En mi caso, esta base es la fe y aunque, evidentemente, me he tenido que seguir formando en ella, en esta etapa se comenzó a plantar en mi corazón.
Primaria: hacer un trabajo bien hecho
En este caso, no sé a quién brindarle más crédito: a mi escuela o a mi mamá. Definitivamente en la escuela nos impulsaban a ser buenos alumnos, sin embargo, mi mamá era quien día a día me ayudaba a hacer mis tareas, revisaba que estuvieran bien y hacía que estudiara. Quien sea que haya tenido más peso, la importancia de realizar y entregar trabajos bien hechos fue algo que aprendí estando en la primaria. Esta lección fácilmente se puede trasladar a mi vida académica estando en la universidad, sin embargo no solamente aplica a ese plano.
Estudiando en la Universidad Panamericana, he hecho cada día más consciente la visión propuesta por San Josemaría Escrivá de santificar el trabajo. Este ofrecimiento de las obras cotidianas a Dios implica realizar nuestras tareas y trabajos de la mejor manera que nos sea posible, empleando nuestros talentos. Haber aprendido a hacer mis deberes no sólo por cumplir, sino también entregar resultados valiosos es algo relevante para mi vida, en general.
Secundaria: el valor de una vida en comunidad
Al terminar la primaria, me cambié de escuela para comenzar la secundaria. Este cambio definitivamente no fue fácil, y que haya sido durante una etapa un tanto complicada para las personas, la adolescencia, tampoco ayudó mucho.
Sin embargo, algo que me ayudó a realizar el cambio fue la posibilidad de formar parte de una comunidad que compartía varios de mis valores. A pesar de que mi escuela anterior también fuera católica, en ésta nunca se consolidó un grupo de apostolado como en mi secundaria. Este fue para mí un espacio en el que me podía acercar más a Dios, hacer amigas y conocerme mejor.
Este grupo, del cual formaban parte varias de mis amigas, me permitió vivir varias experiencias que marcaron la manera en la que vivo mi fe. Además, me enseñó muy claramente que la vida en comunidad, a pesar de ser complicada en ocasiones, resulta en un beneficio para todos los integrantes. Este mensaje con una frase que he escuchado en diversas ocasiones:
“Al Cielo se llega en equipo.”
Aunque esto no aplica únicamente a la vida espiritual, sino a la vida misma. Probablemente has escuchado antes este proverbio africano, según una rápida búsqueda en Internet, pero me parece sumamente valioso recordarlo:
“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado.”
Preparatoria: no tener miedo de cuestionar tus ideales
Esta etapa previa a la universidad fue la primera, y hasta este momento, única que he pasado en una escuela no religiosa. Aún así, mi estancia en los otros colegios determinó en gran medida mi vivencia de la preparatoria.
Estando en una preparatoria laica, mi fe se veía cuestionada, y en ciertos casos incluso atacada, por algunos de mis profesores y compañeros. Por primera vez en mi vida, nadaba totalmente a contra corriente y, a pesar de eso, mis creencias y valores estaban más fortalecidos que nunca.
Por eso, en la prepa aprendí que no debemos de tener miedo de cuestionarnos sobre aquello en lo que creemos. Volviendo a la lección que mencioné previamente sobre el kínder, al tener bases sólidas, podemos permanecer firmes en nuestros valores, aún ante la adversidad.
El católico puede ceder ante los cuestionamientos y ataques de los demás cuando su fe no está bien fundamentada. Los papás, abuelos, maestros, pueden comenzar a trazar un camino para la espiritualidad, pero ésta debe ser una decisión libre y consciente. De lo contrario, se tambaleará fácilmente.
Estas cuatro lecciones que te he compartido han sido de vital importancia para mí, y creo que quien sea, católico o no, puede trasladarlas a su propio ser. Si estudias o has estudiado en una escuela católica, te invito a que reflexiones sobre qué aprendiste en ella, más allá de las clases de religión. Si tu formación académica es o ha sido laica, espero que estos aprendizajes te sean útiles para tu caminar en la fe, o en la vida.