“Con cierta facilidad para jugar, 18 años de edad y 2 metros 10 de estatura era muy apetecible para la Selección Nacional de Básquetbol. Y… lo rechacé”. Antonio Castro, director adjunto a la Rectoría, nos contó en entrevista para DiarioUP las virtudes que le dio ser Pantera.
Casi escondido, al fondo del 507 hay una vitrina que ocupa todo el espacio de una de las paredes. Ahí se exhiben varios reconocimientos y trofeos de los diferentes equipos deportivos representativos de la UP. Las dos primeras secciones – casi la mitad de la vitrina – corresponden al equipo de básquetbol.
En la parte de arriba hay una foto de 1980 que corresponde al primer equipo que se creó en la UP. Los personajes de la foto están acomodados en dos filas, en la parte de atrás destaca el jugador más alto. “Aunque entré a la UP en 1982, puede decirse que formé parte de aquel primer equipo porque jugué con varios de los jugadores que entraron en 1980. Mido 2.10 y antes de mí hubo un poste, Antonio Reyes, que mide 2.16.” aclara Antonio Castro en entrevista para DiarioUP. Él no aparece en esa fotografía, pero conoce a los protagonistas de ella.
Junto a esa imagen hay muchas fotografías más del equipo a lo largo del tiempo – Antonio Castro aparece en varias de ellas – y a los extremos de la vitrina, perfilando los demás reconocimientos, se imponen dos grandes trofeos. En la placa de uno de ellos se puede leer la siguiente inscripción: CONADEIP Campeón invicto, primera fuerza, 1983. Este trofeo, para Castro, tiene un significado especial.
“Tuve la suerte de ser campeón con la UP en el 83 y en el 90, nuestros dos primeros campeonatos nacionales de CONADEIP. Cuando llegué y cuando me fui. En el 90, ya con más experiencia, tuve la oportunidad de un campeonato más, eso fue un regalo de Dios, me gané el título de El jugador más valioso a nivel nacional, fue muy bonito despedirme del básquetbol así”, recuerda.
En busca del jugador
Las hojas secas tapizaban gran parte de la banqueta en donde están las oficinas de Jeréz. El sol comenzaba a subir poco a poco y aunque proyectaba un día soleado, no hacía calor. El aire era fresco. Un ambiente perfecto de principios de invierno.
Llegué a la oficina del MBA Antonio Castro D’ Franchis, director adjunto a la Rectoría, un par de minutos antes de la hora en la que sería nuestra entrevista. Toño, como le dicen sus compañeros de trabajo más cercanos, me pidió que lo esperara en el cubículo continuo a su oficina. Quizá era la luz o la plantita que descansa recargada en la ventana dotando de tonos verdosos el ambiente, pero ahora que pienso en esa salita de juntas viene a mi mente el color verde olivo en diferentes tonalidades.
Mientras esperaba volví a revisar en mi celular la página web de la liga ABE (Asociación de Basquetbol Estudiantil). “Jugadores representativos: Antonio Castro D’ Franchis” su nombre es el primero en la lista. A su cargo están varias áreas de la UP, por mencionar algunas: Compromiso Social, International Affairs, Alumni, Bolsa de Trabajo y por supuesto Deportes.
Apenas un par de minutos después de la hora de nuestra cita, Antonio Castro salió de su oficina y se sentó en la silla que encabeza la mesa. Brevemente le expliqué el motivo de la entrevista. “Hace 25 años que no tengo nada que ver con el básquet de forma directa, pero si es una entrevista personal entonces sí, quién mejor que yo para contarte”, dijo cuando decliné la opción de entrevistar a alguien más argumentando que no quería saber del momento actual del equipo, sino de cómo había sido, para la persona que figuraba en la lista de jugadores representativos, ser Pantera UP.
Para dar a conocer la Universidad Panamericana e impulsar el deporte en la misma, el entonces vicerrector Jesús Magaña Bravo contrató a Constancio Córdoba (Q.E.P.D.) como entrenador y fundador del equipo de básquetbol de la UP en 1980. Constancio Córdoba, considerado como uno de los mejores entrenadores de básquetbol en México, a la par entrenaba a la Selección Nacional femenil de México en el CEDOM (Centro Deportivo Olímpico Mexicano); ahí Córdoba vio jugar a la Selección Nacional varonil, sub 20, y ofreció beca deportiva en la UP a varios de los jugadores; entre ellos Antonio Castro.
“Sólo dos terminamos la carrera, los demás fueron baja”, me dijo Antonio Castro. “Yo requería una beca deportiva del 100%, y fue lo que me brindaron, pues en mi casa no teníamos los medios para pagar la UP. Yo iba a estudiar en la UAM Azcapotzalco pero cuando llegó la invitación de entrar a la UP vi una gran posibilidad de algo que era impensable en mi casa. Con seis hermanos era imposible, así que no iba a desaprovechar esta oportunidad”.
Antonio entró a la UP a estudiar Ingeniería Industrial. Al poco tiempo lo volvieron a convocar para ser parte de la Selección Nacional, sin embargo rechazó la oportunidad porque no quería faltar a clases, bajar el promedio y perder la oportunidad de estudiar en esta universidad. Sin embargo, al ser un buen elemento, la federación no iba a dejarlo ir tan fácilmente y lo volvieron a convocar.
“Cuando acabé tercer semestre me convocaron de nuevo a la Selección Nacional para luchar por un lugar en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. Se trataba de buscar el pase en el torneo preolímpico, que se llevaría a cabo en Brasil. Acepté la invitación. ¡Eran los preolímpicos! Entonces cuando acabé tercer semestre me di de baja de la UP. Para mis papás fue una noticia terrible, sobre todo para mi mamá, porque además acabé con muy buenas calificaciones, siempre he sido muy matado y lo digo con orgullo”.
Nadie lo podía creer que un chico que termina tercer semestre con promedio de diez y que de pronto se da de baja de la carrera, tenía que tener una muy buena razón para hacerlo. Antonio sabía que si aceptaba jugar con la selección para luchar por un lugar en los juegos olímpicos en Los Ángeles, tendría que asistir a varios entrenamientos y por lo tanto faltar a clases, así que habló con los directivos de la UP y le permitieron darse de baja un año y regresar sin que aquello afectara su beca. Lamentablemente, ese año México no tuvo equipo representativo de básquetbol en las Olimpiadas.
“Fui a la Selección y al siguiente año regresé a mis estudios con la decisión de no volver a perder la escuela. Fue una decisión durísima, estuve a punto de no volver a la UP porque es muy tentador el estilo de vida de un deportista de alto rendimiento, en especial la paga y las giras. Para un joven de 18 años es lo máximo. Con cierta facilidad para jugar, 18 años y 2 metros 10 de estatura, era muy apetecible para la Selección Nacional de Básquetbol”.
Y aunque queda claro que le gusta el básquetbol, Antonio Castro decidió seguir estudiando y rechazó a la Selección Nacional varias veces. Fue convocado en el 84, 85, 86 y 87 pero nunca se volvió a presentar.
“Me sirvió entrar al medio porque te das cuenta de que, pese a lo atractivo del ambiente, en realidad el futuro es muy incierto. Si decides jugártela ¿cuántos años duraría la aventura? No hay futuro a mediano o largo plazo si no le apuntas a la NBA o a las ligas europeas. Son muy contados los casos de éxito de mexicanos que han triunfado a ese nivel, de hecho solamente dos: Gustavo Ayón que juega en el Real Madrid y Eduardo Nájera que jugó en varios equipos de la NBA. Para que realmente valiera la pena hubiera tenido que dejarlo todo y apostarle a llegar a la NBA, si no realmente no tenía ningún caso dejar de lado una beca en la UP y mi carrera como profesionista, que esa sí es para toda la vida. Si llegaba a la meta hubiera sido increíble, pero el riesgo era mayúsculo. Tenía mucho qué perder…”.
La última vez que lo llamaron en 1987 y no asistió, la Federación lo boletinó y no se le permitió jugar en ninguna parte, ni siquiera como miembro del equipo de la UP. Cabe destacar que la participación en cualquier selección nacional debe de ser voluntaria y no se puede obligar al jugador ser parte de ésta si no quiere.
“La propia Universidad tuvo que intervenir con la Federación para que me levantaran el castigo ya que yo era un estudiante que estaba haciendo su carrera gracias a una beca deportiva, y si no me permitían representar a la UP estaba en riesgo dicha beca. Las gestiones funcionaron y me quitaron el castigo. Terminé mi carrera y una maestría pero ya nunca más me presenté a la Selección Nacional”.
En la recta final de su carrera, octavo, noveno y décimo semestre, Antonio Castro trabajó en la embotelladora de refrescos Jarritos, en el área de control de calidad. En esa etapa de su vida tuvo que combinar el trabajo, la escuela y el básquetbol, ya que lo que le pagaban en el trabajo no era suficiente para pagar la totalidad de la colegiatura y aún necesitaba la beca deportiva que le daba el basquetbol. Además de que todavía no quería dejar el deporte que desde muy pequeño le había apasionado. “Hay otra cosa que no implica dinero: jugar. Sólo puedes jugar hasta cierta edad, es ahora o nunca, eso no lo puedes medir”.
¿Cómo era su vida al combinar tres cosas que exigían tiempo, esfuerzo y dedicación?
“Yo vivía hasta Vallejo, nunca tuve coche, entonces era en metro, camión o pesero en mi época de estudiante. Era levantarte a las 5:15 todos los días para llegar a clase de 7:00am. Todas mis actividades se empalmaban, no sé cómo le hacía. Era un ritmo impresionante pero siempre traté de cumplir en todo. Al término de las clases de 7:00 a 9:00 a.m. salía corriendo para llegar al trabajo de 9:00 a 2:00 p.m. Me quedaba justo entre la UP y el deportivo Coyoacán (en donde entrenaba). Obviamente no llegaba a las 9:00 ni salía a las 2:00 porque a las 2:00 entrenaba básquet, de 2:00 a 4:00 de la tarde. Me salía un poco antes de Jarritos para llegar al entrenamiento. Después, mi clase empezaba a las 4:00 por lo que el entrenador me dejaba ir un poco antes. Otra vez salía corriendo y comía lo que fuera, una torta en el camino. Tenía clases de 4:00 a 10:00pm, y luego tenía que emprender el largo camino a casa, llegaba como a las 11:00pm. Así estuve poco más de un año.
Esta etapa fue muy importante en mi vida, ese último año de mi carrera me forjó en gran parte de lo que soy, en la puntualidad, el orden, el carácter, la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo, en el esfuerzo, en no rendirte…”.
En 1988 Antonio Castro terminó su carrera con mención honorífica y cuando ya le había dicho adiós a la UP –incluyendo al equipo de básquetbol- la universidad le ofreció una carrera académica y el primer paso implicaba una beca para hacer una maestría en el IPADE. Él aceptó, y como aún tenía la edad para jugar en la liga CONADEIP, se reintegró al equipo para jugar el torneo nacional de 1990, evento en que la UP se coronó campeón. Ese año Antonio ganó el título de jugador más valioso a nivel nacional.
“Jugué bien la verdad. Y lo digo con sorpresa porque yo ya no entrenaba con la UP. Al entrar al IPADE ya era imposible. La maestría es de tiempo completo y no pude ir a ningún entrenamiento, solo al certamen nacional. Pese a no entrenar un solo día, el coach lo entendió y me apoyó. Si me sentía un poco mal pero en verdad no tenía otra opción. El equipo me acogió bien, eran los mismos compañeros que ya conocía, nunca hubo problema.
Ganamos y me despedí por la edad. Todavía me faltaba un año más de la maestría pero por la edad ya no era elegible”.
Una Pantera no sólo juega bien
Antonio Castro es actualmente responsable del área de Deportes de la UP. Ya que él lo ha vivido en carne propia y ahora lo sigue viendo desde otra trinchera, Antonio nos puede confirmar que un jugador del equipo representativo de básquetbol -y en general de cualquiera de los otros deportes- de la Universidad Panamericana, no sólo es un deportista que trata de anotar puntos y ganar partidos.
“La UP tiene una desventaja muy sana respecto a las demás universidades: el alto nivel académico. Aquí perdemos jugadores buenísimos que causan baja de la Universidad por la exigencia académica. Por eso el nivel competitivo que mantienen nuestros jugadores, a pesar de la presión académica, es algo digno de reconocimiento. La exigencia de la UP es un aparente obstáculo deportivo, pero no podemos bajar el nivel académico; entonces ¿qué pasa?: se van quedando los mejores jugadores que pueden con las dos cosas. Perdemos excelentes jugadores pero aquí tienen que tratar de ganar y además mantener un buen nivel en la escuela”.
Hacia la recta final de la carrera, para un alumno de la UP lo más común es empezar a trabajar para ganar experiencia y elevar el nivel competitivo para conseguir un buen trabajo al finalizar la universidad. Sin embargo, ¿cómo se combina la escuela, el trabajo y además el deporte al nivel que exige un equipo representativo?
“A los deportistas de la UP se les dificulta un poco iniciar su vida laboral mientras estudian. Como muchos de ellos están becados no pueden trabajar por las giras y los entrenamientos, entonces al terminar la carrera salen un poco en desventaja porque no tienen experiencia profesional. No obstante, hay jugadores que sí han renunciado a una beca por una oferta laboral, aunque la mayor parte acaba su carrera sin haber trabajado”.
“He platicado con varios que no saben si renunciar al equipo y trabajar o no, lo que yo les recomiendo es poner todo en una balanza porque ambos caminos están bien, he visto gente de ambos lados. Cuando eres estudiante y en tu primer trabajo nadie te paga tanto dinero como el que se da en una beca; por otro lado la experiencia hace que tal vez cuando salgas te vaya mejor. Las dos tienen pros y contras”.
Aunque Antonio Castro admite que hay deportistas en otras universidades que logran combinar su vida profesional con el deporte de manera fructífera, puntualiza que se necesita tener las condiciones de una escuela que así lo permita, y en la UP no se puede, ya que la exigencia académica es muy alta.
“En mi caso, pude combinar las tres cosas –trabajo, escuela y deporte- porque fue relativamente poco tiempo y las instalaciones estaban muy cerca unas de otras. Es imposible mantener el equilibrio durante un periodo más largo y/o si las distancias son muy grandes para ir de una actividad a otra. Si quieres hacer las cosas bien a alto nivel -como lo exige la UP- y al mismo tiempo, es casi imposible. Si quieres combinarlo se tienen que dar circunstancias muy especiales, como afortunadamente yo las tuve”.
Y aunque es difícil sacar buenas calificaciones y al mismo tiempo ganar partidos y entrenar casi diario, Antonio Castro asegura que las virtudes que le dio el combinar ambas cosas le sirvieron tanto para su desarrollo personal como profesional, además de que lo marcaron para toda la vida.
“Si hay algo que le agradezco tremendamente a la UP es el haberme acercado a Dios. Fue lo más invaluable que me pudo dar”.
El teléfono de la oficina sonó insistente y Antonio tuvo que atenderlo. Como en aquellos años de básquetbol, hoy en día es un hombre que sigue teniendo varias responsabilidades a su cargo. Después de un par de minutos regresó y, cambiando por completo el tono solemne de voz que utilizó por teléfono, siguió perfectamente con el hilo de nuestra conversación con un tono accesible, amable y hasta emocionado.
Hablamos del equipo actual, de los cambios que ha tenido y de lo difícil que se han vuelto los reclutamientos. “Nos quedamos con los que realmente eligen la UP por el nivel académico”. Afuera comenzaron a escucharse varias campanadas de la iglesia más cercana y entonces me di cuenta de que ya habían pasado casi dos horas de entrevista y era momento de terminar. Nos levantamos de nuestro asiento, le agradecí por su tiempo y por su historia, me invitó a seguir de cerca los eventos por parte del departamento de deportes y, con un apretón de manos, nos despedimos.
Paola Ortiz