No hay nada más gratificante que asistir a la Arena México o a las ferias de localidades aledañas para presenciar un espectáculo de lucha libre. Aquí vemos a los gladiadores combatir por coronarse campeones entre los gritos de los aficionados y la convivencia entre diferentes estratos sociales. Tampoco podemos olvidar el momento cumbre del espectáculo: cuando llega la hora de desenmascarar al contrincante, revelando la identidad de la persona que se esconde detrás de la máscara.
La máscara es el símbolo característico dentro de la lucha libre mexicana. Esto la diferencia de otras variantes como el wrestling en Estados Unidos, Europa y Australia o el puroresu en Japón. Es este elemento el que nos hace reconocibles a nivel internacional, generando un sentido de identidad para México y su gente. Por eso, el 21 de septiembre celebramos el Día Nacional de la Lucha Libre y su impacto cultural.
Legado desde el ring hasta el cine
Los orígenes de la lucha libre se remontan a la antigua Grecia, donde se practicaba como ejercicio para alcanzar el cuerpo perfecto. A lo largo de las ediciones de los Juegos Olímpicos antiguos, en la número 18, la lucha libre se convirtió en una disciplina oficial.
Según el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), durante la década de los sesenta del siglo XIX, en el contexto de la segunda intervención francesa en México, llegaron demostraciones de lucha olímpica y grecorromana que se llevaron a cabo en lugares públicos como el Palacio de Buenavista, hoy Museo de San Carlos, la Plaza de Toros y el Circo Orrin. Fue entonces cuando Enrique Ugartechea, inspirado por estas presentaciones, desarrolló las bases de lo que sería la lucha libre mexicana.
La popularidad de este deporte creció después de la Revolución Mexicana, con promociones en pequeños teatros y barrios populares. En 1933, Salvador Luttherot González fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL). En 1985, esta empresa cambiaría su nombre a Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Regresando al Sr. Lutthero, es considerado el «padre de la lucha libre mexicana», comenzando con luchadores extranjeros, principalmente de Estados Unidos.
Poco a poco, se comenzaron a abrir nuevas arenas por todo el país, y para 1992 ya había 300 arenas. Esto diversificó aún más esta disciplina y la consolidó como un espectáculo no solo para los mexicanos, sino también para el mundo.
El Enmascarado de Plata
Los años del «milagro» económico (1940-1970) impulsaron el auge de la lucha libre, especialmente durante los llamados Años Dorados, y ayudaron a lanzar la carrera de muchos luchadores, gracias a la radio y al cine. El máximo representante de esta época fue Rodolfo Guzmán Huerta, más conocido como El Santo. Comenzó su carrera luchística en los años 30 bajo el nombre de Rudy Guzmán, pero no fue hasta 1942 cuando adoptó su nombre artístico. A lo largo de su carrera, ganó numerosos torneos, sus peleas fueron televisadas, protagonizó fotonovelas y apareció en películas como Las momias de Guanajuato (1972), El Santo Contra Las Mujeres Vampiro (1962) y El Santo Contra El Espectro Estrangulador (1966).
Otros luchadores destacables de esta época son los siguientes:
Blue Demon – Uno de los más grandes rivales de El Santo, también se convirtió en un ícono de la lucha libre y del cine mexicano.
Mil Máscaras – Famoso por su estilo aéreo y por ser uno de los primeros luchadores mexicanos en internacionalizarse.
Huracán Ramírez – Aunque el personaje fue interpretado por varios luchadores, Eduardo Bonada es el más recordado por su destreza y popularidad.
Rayo de Jalisco – Reconocido por su máscara negra y plateada, fue uno de los luchadores más populares en los años 50 y 60.
Cavernario Galindo – Conocido por su estilo rudo y salvaje, fue uno de los luchadores más temidos y respetados.
Dr. Wagner – Otro luchador rudo icónico, famoso por su imponente presencia en el ring y su legado que perdura en las generaciones posteriores.
¿Qué hay de la literatura?
Dentro de las arboladas cuencas del mundo de las letras, la fantasía épica forma parte de la nomenclatura de los luchadores, ídolos frente al ring, superhombres cuando los reflectores no los iluminan, capaces de enfrentar criaturas sobrenaturales, tramas populares en películas y que son trasladadas al mundo de las letras, tal es el caso de Gila: el Sol Negro, de H. G. Santarriaga (Pura Pinche Fortaleza Cómics, 2018), donde el protagonista es un rudo que usa sus habilidades para recorrer el Mictlán. Otra propuesta similar son las antologías Primera Caída, Segunda Caída y Tercera Caída, editadas por Mario Alberto González Nájera (Arcom Producciones).
Después de estos libros, aparecieron colecciones de cuentos como El diablo, de José Manuel Vacah (Vitrali Ediciones, 2023), y Escenas inéditas de un aficionado al pancracio, de Salvador Rodríguez (Editorial Gato Blanco, 2023). A éstos se sumaron las antologías Máscara vs. Revólver, de Iván Farías y José Salvador Ruiz (Editorial Artificios, 2018), entre otras muchas obras, enfocándose en la vida de la clase popular y lo que conlleva el espectáculo de subir al ring.
Cierre de un ciclo
Este 22 de septiembre se despide el hijo de las grandes leyendas, El Hijo del Santo dará su última lucha en la Arena CDMX, siguiendo los pasos de su padre y cerrando el círculo de los máximos exponentes de esta disciplina, siguiendo el legado y la pasión del público por los combates y el bullicio dentro del escenario.
La máscara marca el inicio y el fin de una carrera, el símbolo de una nación que busca gritar sus desgracias cuando el luchador sube, liberación de dopamina constante ante la incertidumbre de saber la persona que está debajo de ese personaje escenificado por los colores de una tradición que une al sector popular.
La lucha libre no es un espectáculo, es un sentimiento de masas que una vez más está presente para festejar su día y para dar una identidad a México.